"Porque yo soy el SEÑOR, no me he mudado; y así vosotros, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos." (Malaquías 3:6)
Los tiempos pasan, los pueblos y las naciones se levantan, prosperan en justicia y vuelven a caer en el pecado, ¡pero el Señor nuestro Dios no cambia! Las épocas se desarrollan, las generaciones pasan, la ciencia cambia, vienen filosofías y pensamientos que pretenden ser futuristas y luego vuelven a desaparecer, pero el Señor permanece inmutable, y su Palabra y sus Propósitos se establecen en el Cielo para siempre. Esta es nuestra vida hermano, ¿crees que algo salió mal en tu vida, que las cosas se salieron de control? ¡Bien amados, somos tú y yo, somos todos los que hemos cambiado, no el Señor! ¿Crees que hubo un momento feliz en tu vida, y luego todo se volvió tremendamente más difícil? ¡Pues bien, precioso hijo del Padre, somos tú y yo, y somos todos los que hemos cambiado! ¿Recuerdas esa vez cuando estabas lleno de Gloria, saltaste en la unción que ardía en llamas y sentiste un gran avivamiento incluso en el mundo, y ahora parece que todo se ha vaciado y el poder se ha ido? Bueno, querido heredero de Dios, somos tú y yo, y somos todos nosotros los que hemos cambiado de nuevo, ¡y el Dios de la unción y el poder del Espíritu sigue siendo exactamente el que te prendió fuego y consumió tu alma en llamas! ¿Qué sucede entonces, servidor de la Luz? Lo que pasa es que nos apartamos de la Simplicidad y Pureza del Evangelio, e inventamos multitud de clichés, reglas seudosantificadoras, estándares veleidosos de justicia propia, idolatrando modelos perfectos de superhombres autosuficientes e inalcanzables en santidad, venerados a la moda de los semidioses. ¡Porque empezamos a adorar al Yo-soy-yo mismo y arrojamos el Sólo-Él-Es a nuestras espaldas! Porque comenzamos a cultivar una plantación grandiosa de árboles verdes dentro del jardín de nuestro ego, el yo-soy-el-mundo-rompiendo, yo-tengo-el-poder y buscando sólo nuestro propio avance personal, apuntando a nuestra propia gloria, acariciando la gloria del otro, y desechando la única gloria verdadera que viene del Dios Único! Porque nos duele mucho en nuestra fotoluminiscencia escuchar la palabra del Señor, que dice: "YO SOY la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; PORQUE SIN MÍ NADA PODÉIS HACER." (Juan 15:5). ¡Porque el Señor ya no está en el trono de nuestra vida, sino de nuestros propios deseos, sueños y ambiciones! Porque voy a la iglesia, pero si fulano de tal no me saluda o no me mira, ¡ya no voy a los servicios! ¡Si otro tiene la oportunidad y yo no, dejaré el ministerio! Y si el pastor me vio bizco durante el mensaje, ¡ya no diezmo! ¿Porque? Porque empezamos a cultivar el Yo-Soy, y nos olvidamos que ¡Solo, y Solo Él Es! Él es nuestro Salvador, en quien tenemos la restauración de la vida y el perdón de nuestros miserables pecados. Él es nuestro Señor, en quien somos librados y salvados de las manos del Enemigo. Él es nuestro Guía y Maestro, en quien tenemos el camino hacia la verdadera vida y luz. Él es nuestro Dios, el único digno de toda nuestra obediencia, de todo el honor y la gloria en nuestra vida y en la de todos nuestros hermanos. Recuerda esto, Él es el Centro de Todo y el Pastor Supremo que nos muestra el camino correcto que tenemos por delante. "Porque vosotros erais como ovejas descarriadas; mas ahora sois ya convertidos al Pastor y Obispo de vuestras almas." (1 Pedro 2:25). Y curiosamente, necesitamos escuchar este versículo de Pedro nuevamente. Graba esto en tu mente: ¡Él es el Único Digno, el Único Justo, el Único Santo y, sobre todo, el Único Poderoso entre nosotros! Recuerda esto hermano mío, no es el Señor, no es Su Poder, no es Su Palabra, no es Su Presencia, somos tú y yo, y somos todos los que cambiamos, nos obstinamos y nos desviamos de seguir los pasos y Sus mandamientos, cuando nunca dejó de ser Fiel, de ser Justo y de Permanecer Inmutable en todas Sus Promesas que una vez hizo y sigue haciéndonos a mí ya ti ya todos nosotros.
"Jesús el Cristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos." (Hebreos 13:8)
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