"No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal." (Juan 17:15)
En un sentido más exacto, no hay vida aparte de la espiritualidad, porque la espiritualidad misma es vida y la vida misma es espiritualidad. Aprendemos esto de Jesús. Nadie puede vivir en dos mundos al mismo tiempo. El Evangelio no se vive en el más allá o en otra dimensión extraterrestre, sino en la vida ordinaria mortal, en medio del mundo que las manos tocan, entre las personas y en la vida cotidiana. Vosotros tenéis una sola vida, y es precisamente en esta vida, hoy y ahora, que vivís el Evangelio y la espiritualidad. Es cuando te despiertas, a la hora del desayuno, cuando saludas al vecino, cuando hablas con un amigo, es camino al trabajo y durante tu trabajo, es en la lucha diaria por la vida, es hora de que camines descansando tu mente, es cuando sienten el aroma verde de una planta, las luces solares, sienten el aire fresco y escuchan los sonidos de la naturaleza. La espiritualidad está en cada momento que estás viviendo, y ahí es donde debes practicar el Evangelio, ahí es donde debes obedecer a Dios y poner en práctica Su Palabra. El Evangelio se vive y acontece en plena vida tangible, en el aquí, hoy, y no en la muerte, mucho menos en otra dimensión imaginaria extraexistencial. El espíritu y la materia finalmente están intrínsecamente unidos y coexisten como un todo, y no hay separación entre ellos excepto en esencia. El Evangelio se vive en el hoy y ahora, en medio de esta dimensión terrena donde todos corremos en la lucha por la vida, donde respiramos aire y tomamos una piedra en nuestras manos. El Evangelio es espiritual, pero sucede y se practica en el mundo táctil, experiencial, visible, donde damos la mano a las personas. No debemos amar al mundo, ni las malas obras que en él hay, sino que hemos sido transformados por la fe y renacidos de la luz, para que aún vivamos en el mundo. Aunque ya no pertenecemos al mundo, todavía vivimos en el mundo, y es en él que pelearemos la buena batalla de la fe, donde debemos predicar la Palabra de Dios, con la palabra y el ejemplo, vencer la acción del mal y glorificad el Nombre del Señor por la práctica de la justicia en los caminos de la luz. Es todavía en este tiempo presente que debemos marcar la diferencia entre los seres vivientes como sal de la tierra y luz del mundo y dar buen testimonio como embajadores del Evangelio del Reino de los Cielos y del Poder de Dios. Sed santos y apartados de todo mal como ciudadanos del Reino de Dios, renacidos de la luz, pero todavía no dejes el mundo existencialmente, porque es viviendo humildemente entre los hombres, aunque dentro de los límites propios y con sabiduría, que os podrá mostrarles la verdad del Evangelio, dar un buen testimonio y mostrarles el poder de salvación que está en Jesús. Pon tu corazón en el Reino de Dios, pero vive desde hoy, como ciudadano del cielo. Sed santos y apartados de todo pecado, verdaderamente muertos al mundo y a su corrupción, pero aún así no te conviertas en un extraterrestre, porque todo el que ha nacido de Dios ha renacido interiormente a una vida nueva, vida eterna ya presente desde hoy, en espíritu, para hacer una diferencia en la tierra, pero mientras está en la tierra, él sigue siendo humano, mortal, necesitando aire para respirar, participando en la cooperación humana universal en el trabajo, participando en el orden divino global para el trabajo terrenal, sin alejarse de la sociedad civil y su deberes, la convivencia fraterna y la lucha común de la humanidad por la vida, perseverando en la práctica de la oración, el estudio de las Escrituras y las buenas obras, hasta completar la carrera de la fe, obteniendo un buen testimonio ante Dios y los hombres, por la confirmación de la fe, para la elevación existencial y la entrada permanente en el Reino Eterno de Dios.
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