"Sed pues sujetos a toda ordenación humana por Dios, ya sea a rey, como a superior, Y a a los gobernadores, como de él enviados para venganza de los malhechores, y para loor de los que hacen bien." (1 Pedro 2:13)
"Mas nuestra vivienda es en los cielos; de donde también esperamos el Salvador, al Señor Jesús, el Cristo;" (Filipenses 3:20)
La Palabra de Dios nos dice que no amemos al mundo ni las cosas malas que hay en él. Sin embargo, no debemos alejarnos existencialmente de la sociedad civil, pues Jesús recibió de Dios todo poder en el cielo y en la tierra, y debemos discernir correctamente esta aparente paradoja. Debemos vivir como santos, renacidos de la luz y separados de todo pecado, pero también debemos participar en la lucha común de la sociedad civil por la vida, como el trabajo, la fraternidad humana, el aprendizaje institucional y la obediencia a las leyes y autoridades constituidas, con sabiduría. Este es un entendimiento que está en las Escrituras y que debe interpretarse correctamente, para que no caigamos en ninguno de los dos extremos. Somos nacidos de Dios, salvados y transformados por la fe, somos ciudadanos del cielo, Iglesia de Cristo y partícipes del Reino de Dios, en el cual vivimos y esperamos en plenitud su venida y manifestación visible. Fuimos comprados para Dios y ya no somos de este mundo, ya no podemos amar al mundo y sus suciedades, guardándonos de todo pecado, y guardándonos de participar en las malas obras que en él se practican, pero al mismo tiempo, todavía no podemos alejarnos existencialmente de la faz de la tierra, pero debemos ser embajadores del Reino de Dios entre los hombres, haciendo la diferencia, predicando el Evangelio, glorificando a Dios por el buen testimonio de nuestras acciones, siendo sal de la tierra y luz del mundo. Así que, aunque seamos ciudadanos del Reino Superior de Dios, debemos ser también buenos ciudadanos civiles, aun cuando sean perseguidos o maltratados, haciendo el bien, trabajando honradamente, dando buen ejemplo, siendo útiles, amando y ayudando a los demás y cumpliendo con los deberes cívicos, pagando impuestos, respetando la ley y el orden, respetando a todas las personas indistintamente y sometiéndonos sabiamente a los gobiernos superiores, que son las autoridades constituidas, porque son ministros de Dios para el bien de los que se conducen honradamente, para todo poder y autoridad, sobre todo, están en manos de Jesús, que reina soberano desde los cielos, intercediendo ante Dios por todos los que caminan en la luz y obedecen el Evangelio.
"Mas nuestra vivienda es en los cielos; de donde también esperamos el Salvador, al Señor Jesús, el Cristo;" (Filipenses 3:20)
La Palabra de Dios nos dice que no amemos al mundo ni las cosas malas que hay en él. Sin embargo, no debemos alejarnos existencialmente de la sociedad civil, pues Jesús recibió de Dios todo poder en el cielo y en la tierra, y debemos discernir correctamente esta aparente paradoja. Debemos vivir como santos, renacidos de la luz y separados de todo pecado, pero también debemos participar en la lucha común de la sociedad civil por la vida, como el trabajo, la fraternidad humana, el aprendizaje institucional y la obediencia a las leyes y autoridades constituidas, con sabiduría. Este es un entendimiento que está en las Escrituras y que debe interpretarse correctamente, para que no caigamos en ninguno de los dos extremos. Somos nacidos de Dios, salvados y transformados por la fe, somos ciudadanos del cielo, Iglesia de Cristo y partícipes del Reino de Dios, en el cual vivimos y esperamos en plenitud su venida y manifestación visible. Fuimos comprados para Dios y ya no somos de este mundo, ya no podemos amar al mundo y sus suciedades, guardándonos de todo pecado, y guardándonos de participar en las malas obras que en él se practican, pero al mismo tiempo, todavía no podemos alejarnos existencialmente de la faz de la tierra, pero debemos ser embajadores del Reino de Dios entre los hombres, haciendo la diferencia, predicando el Evangelio, glorificando a Dios por el buen testimonio de nuestras acciones, siendo sal de la tierra y luz del mundo. Así que, aunque seamos ciudadanos del Reino Superior de Dios, debemos ser también buenos ciudadanos civiles, aun cuando sean perseguidos o maltratados, haciendo el bien, trabajando honradamente, dando buen ejemplo, siendo útiles, amando y ayudando a los demás y cumpliendo con los deberes cívicos, pagando impuestos, respetando la ley y el orden, respetando a todas las personas indistintamente y sometiéndonos sabiamente a los gobiernos superiores, que son las autoridades constituidas, porque son ministros de Dios para el bien de los que se conducen honradamente, para todo poder y autoridad, sobre todo, están en manos de Jesús, que reina soberano desde los cielos, intercediendo ante Dios por todos los que caminan en la luz y obedecen el Evangelio.
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