“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16)
“Porque la gracia de Dios que trae salvación, se manifestó a todos los hombres.” (Tito 2:11)
Adán, el primer hombre, pecó, aunque estaba en un mundo perfecto, recién creado y nuevo, lleno de felicidad y armonía. Y dejando que el pecado entrara en el mundo, abrió la puerta a la muerte y corrompió a toda la raza humana después de él trayendo destrucción y sufrimiento. Esta es la Justicia de Dios, que le dio la vida con perfecta felicidad, que tiene un precio incalculable, a cambio de un sencillísimo acto de fe y obediencia. Cuando Dios le dio la Tierra a Adán para que gobernara sobre ella y todo lo que había en ella, también le había dado el Universo en secreto, pues está escrito que en el principio Dios hizo los Cielos y la Tierra, acabando la obra de la Creación con la corona de la Creación, el hombre que traería la Imagen y Semejanza del Rostro de Su Gloria. El Juicio de Dios fue justo sobre Adán, quien, despreciando todo a cambio de nada, transgredió el mandamiento por la astuta ofrenda de la Serpiente. Sin embargo, al dar los detalles del castigo del hombre, Dios también le dio una promesa de Redención, a través de la Simiente de la Mujer. Los planes de Dios se desarrollaron entonces a través de los siglos, en una batalla disputada por el corazón del hombre, que había caído en el pecado, en manifestaciones de Su intervención misericordiosa generación tras generación a través de los siglos. Adquiriendo para sí un pueblo particular, mediante una alianza con Abraham, de uno de sus descendientes posteriores, resucitó a Cristo, ascendiendo el cumplimiento de los tiempos, a Jesús, declarado Hijo de Dios en poder, según la promesa de Salvación eterna, que desde los tiempos antiguos había sido hecha para Israel y para todas las familias de las naciones de la tierra. Este es el Mesías, hijo de José, hijo de David, el Salvador del Mundo que nació por obra del Espíritu Santo, y que vivió la única vida perfecta, inmaculada y de plena obediencia a Dios que le fue posible, siendo plenamente Hijo de Dios y Hijo del hombre. Y habiendo consumado la manifestación del Testimonio de la Verdad a los que Él había escogido, ya las multitudes que lo habían visto y tocado, dio Su Vida como sacrificio para la expiación de efecto eterno sobre los pecados del mundo. Y habiendo vencido, resucitó para justificación y salvación de todos los que creen, habiéndose hecho único y suficiente Mediador entre Dios y los hombres, y hecho Juez de vivos y muertos. E las Escrituras dan testimonio a todos los hombres de que todos los que se arrepientan de sus pecados y por medio de Él vengan a Dios por la Fe serán librados del Justo Juicio y de la Ira venidera, y lavados, regenerados y transformados recibirán el Don de Justicia para Vida Eterna, y entrada en el Futuro Reino Celestial de Paz, que cerca y muy pronto vencerá al presente dominio inferior de corrupción de este mundo, en ocasión de la segunda venida de Cristo, descendiendo y manifestándose para siempre en la plenitud visible del Tierra.
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