"Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán en alma viviente; el postrer Adán, en Espíritu vivificante." (1 Corintios 15:45)
Adán, el primer hombre, pecó dentro de un paraíso y trajo la corrupción a toda la raza humana. Jesús, el Hijo de Dios y el Nuevo Adán, fue probado en el sufrimiento hasta la muerte, y muerte de cruz, y permaneció fiel en la obediencia a Dios hasta la última gota de sangre. Los hijos de Adán, que llevan la naturaleza pecaminosa, como somos todos los humanos, son engendrados por nacimiento natural, según la carne. Pero los hijos de Dios, que traen la naturaleza de la redención, son nacidos de Dios, engendrados en Jesucristo, el Nuevo Adán del género humano, que es espiritual y es nacido primero del espíritu, por la Fe en la Palabra de Dios. Estos se generan según la perfecta vida espiritual y humana de Jesús, de simiente divina e incorruptible, a partir del momento de la conversión con el nacimiento de un nuevo espíritu de vida eterna, que se desarrollará progresivamente y terminando en la futura resurrección de un cuerpo físico inmortal y glorificado, así como Cristo venció y resucitó corporalmente de entre los muertos, glorificado y en poder, hasta el punto en que podían hablar, comer con Él y tocar Sus manos. Cuando una persona se arrepiente de sus pecados, de su vieja naturaleza, abre su corazón y comienza a creer en la Palabra de Dios, es purificada y recibe el perdón de todos sus pecados, a través del sacrificio de Jesús, renace de Dios en espíritu y recibe el don de la Gracia de Dios para la Vida Eterna. Esta nueva vida, pues, espiritual y de simiente divina, necesita ser ejercitada y desarrollada, mediante la obediencia a la Palabra de Dios y el abandono total del pecado, día tras día, para que comience, paso a paso, el Poder de la Regeneración recibido en espíritu, para manifestarse hasta que tome la plenitud de la personalidad de quien lo recibe. Es necesario meditar, obedecer y practicar la Palabra de Dios en todos los ámbitos de la vida, todos los días, despojándose del hombre viejo y revistiéndose de la Vida Nueva de Cristo, engendrada en Él y según su semejanza, caminando en la luz y superando las pruebas y tribulaciones de la fe que generan experiencia y crecimiento espiritual en el Camino de la Eternidad, en sumisión a la Voluntad de Dios, resistiendo y permaneciendo firmes en la fe hasta el final, para que suceda la transformación interior y la liberación espiritual, y la la plenitud de la Salvación comienza a tomar toda la vida de aquellos que son verdaderamente salvados y reciben el Don de la Vida de Dios.
Adán, el primer hombre, pecó dentro de un paraíso y trajo la corrupción a toda la raza humana. Jesús, el Hijo de Dios y el Nuevo Adán, fue probado en el sufrimiento hasta la muerte, y muerte de cruz, y permaneció fiel en la obediencia a Dios hasta la última gota de sangre. Los hijos de Adán, que llevan la naturaleza pecaminosa, como somos todos los humanos, son engendrados por nacimiento natural, según la carne. Pero los hijos de Dios, que traen la naturaleza de la redención, son nacidos de Dios, engendrados en Jesucristo, el Nuevo Adán del género humano, que es espiritual y es nacido primero del espíritu, por la Fe en la Palabra de Dios. Estos se generan según la perfecta vida espiritual y humana de Jesús, de simiente divina e incorruptible, a partir del momento de la conversión con el nacimiento de un nuevo espíritu de vida eterna, que se desarrollará progresivamente y terminando en la futura resurrección de un cuerpo físico inmortal y glorificado, así como Cristo venció y resucitó corporalmente de entre los muertos, glorificado y en poder, hasta el punto en que podían hablar, comer con Él y tocar Sus manos. Cuando una persona se arrepiente de sus pecados, de su vieja naturaleza, abre su corazón y comienza a creer en la Palabra de Dios, es purificada y recibe el perdón de todos sus pecados, a través del sacrificio de Jesús, renace de Dios en espíritu y recibe el don de la Gracia de Dios para la Vida Eterna. Esta nueva vida, pues, espiritual y de simiente divina, necesita ser ejercitada y desarrollada, mediante la obediencia a la Palabra de Dios y el abandono total del pecado, día tras día, para que comience, paso a paso, el Poder de la Regeneración recibido en espíritu, para manifestarse hasta que tome la plenitud de la personalidad de quien lo recibe. Es necesario meditar, obedecer y practicar la Palabra de Dios en todos los ámbitos de la vida, todos los días, despojándose del hombre viejo y revistiéndose de la Vida Nueva de Cristo, engendrada en Él y según su semejanza, caminando en la luz y superando las pruebas y tribulaciones de la fe que generan experiencia y crecimiento espiritual en el Camino de la Eternidad, en sumisión a la Voluntad de Dios, resistiendo y permaneciendo firmes en la fe hasta el final, para que suceda la transformación interior y la liberación espiritual, y la la plenitud de la Salvación comienza a tomar toda la vida de aquellos que son verdaderamente salvados y reciben el Don de la Vida de Dios.
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