"De manera que, cada uno de nosotros dará
a Dios razón de sí." (Romanos 14:12)
Mientras leemos a lo largo de la Biblia,
desde el principio, vemos a Dios interviniendo en el mundo y llevando a cabo Su
obra, manifestándose al hombre, y contendiendo con el hombre y Su pueblo para
que reconozcan su maldad, vuélvanse a Él, arrepiéntanse del mal y sean salvos.
Él interviene en el mundo, todo el tiempo, y contiende con el hombre mostrando
la verdad de Su poder, Su justicia y Sus juicios para que el hombre pueda ver
la luz de la verdad, arrepentirse y volverse del pecado, del mal de sus manos,
y así se pueda salvar. Dios es un Dios de justicia, verdad y paz, que anhela
salvar a todos los que lo buscan volviéndose a Su eterna verdad. Él es fiel,
justo y bueno, por lo que le ha dado al hombre el derecho al libre albedrío y
la libre elección, y nunca lo violará ni le quitará ese derecho. El libre
albedrío existe, pero sin embargo proviene de la fe, de modo que desde el
principio Dios salva al hombre y trae la salvación al hombre a través de la
existencia de la fe, por la cual existe el verdadero libre albedrío. Sin fe no
hay libre albedrío, que viene de la fe, por lo que la fe es el principio y la
esencia de todo, y es mayor que el libre albedrío. Muchos eruditos, e incluso
predicadores consagrados, afirmaron la inexistencia del libre albedrío,
mientras que otros lo afirmaron. Esto no anula la autenticidad de sus
ministerios y de su predicación, ya que verdaderamente la fe es el principio de
todo, por la cual el hombre alcanza la justificación y la salvación. Sin
embargo, no podemos negar la existencia del libre albedrío, que proviene de la
fe, pues está claramente demostrado a lo largo de la totalidad de las Sagradas
Escrituras. Citemos algunos versículos que dan fe de este atributo:
"Y dijo el SEÑOR: No contenderá mi
espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán
sus días ciento veinte años." (Génesis 6:3)
En este versículo vemos claramente que el
Espíritu de Dios “contiende” con el hombre, para que se arrepienta del pecado y
ande en el buen camino de Dios, amando al prójimo, creyendo en Su Palabra y
haciendo justicia. Sabemos que aun con la acción misericordiosa de Dios, los
hombres de aquella generación, excepto Noé, no creyeron en Dios, para tener fe,
y no se arrepintieron de sus malas obras hasta el final, de modo que no hubo
alternativa para el Señor, sino para traer su justo juicio sobre todos ellos,
de modo que vino el diluvio y mató a todos los impíos y pecadores inconversos
de ese tiempo. El siguiente verso sigue:
“Y dijo: Por mí mismo he jurado, dijo el
SEÑOR, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único; bendiciendo
te bendeciré, y multiplicando, multiplicaré tu simiente como las estrellas del
cielo, y como la arena que está a la orilla del mar; y tu simiente poseerá las
puertas de sus enemigos:” (Génesis 22:16 )
Aquí está la bien conocida ocasión cuando Dios
probó la fe de Abraham, para confirmarle Su justificación y Su promesa. Es
cierto que el Señor trazó un gran plan y una gran alianza de fe con Abraham,
escogiéndolo de entre todos los hombres de la tierra para llevar a cabo por
medio de él Su plan de redención que llegaría finalmente a todo el mundo, entre
los que creen en Su Nombre. Allí vemos que Dios hizo un pedido a Abraham, que
no podía ser sino el mayor de todos los pedidos, que Abraham entregara a Dios
en sacrificio a su único y amado hijo, nacido por la promesa de Dios y en su
vejez. No podía haber pedido más difícil para Abraham, recordando que se
trataba de un evento específico, en el que estaba involucrada una etapa en el
plan de redención del mundo, y Dios nunca más le pedirá a nadie que haga tal
cosa, porque fue cumplida en Abraham, que fue llamado el Padre de la fe de los
que creen en Dios. Abraham no desobedeció a Dios, sino que creyó en Su poder y
en Su Palabra, llevando a su hijo al lugar señalado, e incluso estaba a punto de
sacrificar a su hijo unigénito, cuando el ángel del Señor clamó desde el cielo
y le impidió matar su hijo, porque Dios vio que Abraham había creído
definitivamente en Él y obedecido Su Palabra, por lo que fue llamado amigo de
Dios, haciendo un acto semejante al Dios que, lleno de un amor insuperable por
la humanidad, entregaría un día a Su Único Hijo unigénito para salvar al mundo.
Vemos entonces que Dios probó a Abraham, quien por fe tomó una decisión
dificilísima, ejerciendo por fe su libre albedrío en una decisión prácticamente
imposible para él, porque temía y amaba al Señor, quien ya le había jurado que
en Isaac, su hijo, su simiente sería llamada, creyendo que Dios era poderoso
para resucitar a su hijo aun de entre los muertos. Pasamos a un verso más:
“Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra.” (Éxodo 19:5)
Aquí vemos claramente que Dios hizo un pacto
con Israel, que ellos serían Su pueblo, y caminarían de acuerdo a Sus leyes. Es
muy claro que el mandato de Dios y Su pacto eran condicionales, es decir,
dependían de la fe y obediencia de Sus elegidos. No se quitó el libre albedrío,
el pueblo podía obedecer o desobedecer a Dios, según su fe o incredulidad. El
mandamiento era condicional, diciendo: "Si atendiereis atentamente mi
voz", de modo que se respetaba el pleno libre albedrío y el derecho de
libre elección, que viene primero por la fe. Y sabemos que el pueblo innumerables
veces fue incrédulo, rebelándose contra Dios y desobedeciendo su Palabra fiel,
que lleva a la prosperidad y a la vida, y así por desobedecer, padecieron
muchas disciplinas y el juicio de Dios, que viene por su justicia. Pasemos a la
siguiente porción de las Escrituras:
"Y como los hijos de Israel paliasen
cosas no rectas contra el SEÑOR su Dios, edificándose altos en todas sus
ciudades, desde las torres de las atalayas hasta las ciudades fuertes, Y se
levantasen estatuas y bosques en todo collado alto, y debajo de todo árbol
umbroso, Y quemasen allí incienso en todos los altos a la manera de los
gentiles, los cuales el SEÑOR había traspuesto delante de ellos, e hiciesen
cosas muy malas para provocar a ira al SEÑOR, sirviendo a los ídolos, de los
cuales el SEÑOR les había dicho: Vosotros no haréis esto. El SEÑOR protestaba
entonces contra Israel y contra Judá, por mano de todos los profetas, y de
todos los videntes, diciendo: Volveos de vuestros malos caminos, y guardad mis
mandamientos, y mis ordenanzas, conforme a todas las leyes que yo mandé a
vuestros padres, y que os he enviado por mano de mis siervos los profetas. Mas
ellos no escucharon, antes endurecieron su cerviz, como la cerviz de sus
padres, los cuales nunca creyeron en el SEÑOR su Dios." (2 Reyes 17:9-14)
Vemos aquí que, después de muchos
acontecimientos, el pueblo de Israel, ya en tiempo de los reyes, se apartó de
la ley del Señor, por incredulidad, se rebeló y practicó toda clase de pecado,
inmundicia y malas obras, despreciando a Dios y levantándose contra Su Pacto, y
contra Su tan fiel y bendito gobierno sobre ellos, por el cual tendrían Su
bendición y protección para siempre. Está claro que el pueblo tenía plena
libertad de elección para obedecer o desobedecer los mandamientos del Señor, y
aquí eligieron desobedecer. La fe es lo primero y más importante, pero si no
existiera el libre albedrío, Dios no podría ser justificado, exaltado y
glorificado por todos aquellos a quienes creó, y les dio propia voluntad,
aliento de vida y facultad de pensar, juzgar e interpretar libremente.
Seguimos:
“Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a
decir: Arrepentíos, que el Reino de los cielos se ha acercado.” (Mateo 4:17)
Vamos aquí, ya con Jesús, nuestro Señor,
Mesías y ejecutor de la Obra Final de Salvación para todos los que creen, y la
venida del Reino Interno de Dios, vemos el inicio de Su ministerio terrenal, en
el cual comenzó a predicar, con poder y señales, siendo Él el Hijo de Dios,
manifestando el poder de Dios, y exhortando a todos al arrepentimiento. Así, en
el Nuevo Testamento se mantienen los designios de la fe y del libre albedrío.
Jesús no estaba violando y nunca violó la fe y el libre derecho de elección,
sino que proclamó el Evangelio y luchó con el corazón del hombre, exhortándolos
a creer en el testimonio y la verdad de Dios, por la fe a través de Él, y por
la fe, arrepentirse de sus pecados, ejercitando el libre albedrío, vuélvanse de
sus pecados y sean salvos. Y seguimos, finalmente, entre muchos otros
versículos que se podrían citar, con Colosenses 1: 21-23 :
“A vosotros también, que erais en otro tiempo
extraños y enemigos de ánimo en malas obras, ahora empero os ha reconciliado en
el cuerpo de su carne por medio de la muerte, para haceros santos, y sin
mancha, e irreprensibles delante de él; si empero permanecéis fundados y firmes
en la fe, y sin moveros de la esperanza del Evangelio que habéis oído; el cual
es predicado a toda criatura que está debajo del cielo; del cual yo Pablo soy
hecho ministro.” (Colosenses 1:21-23)
Aquí vemos al apóstol Pablo hablando de la
gracia salvadora de Dios, que manifestó en Jesucristo nuestro Señor, entregando
a su Hijo amado, inocente, justo y santo, para morir por nuestros pecados y
traer al mundo la posibilidad de salvación y redención para todos aquellos que
por la fe creen en Su Nombre y en Su testimonio innegable del Reino, el poder y
la bendita voluntad del Eterno, Magnífico y Siempre Todopoderoso Dios, nuestro
Padre. El renacimiento espiritual, la vida y la salvación de Dios, que es en
Cristo, fueron dadas a los santos, a todos los que lo reciben por la fe, pero
allí también está escrito: "si empero permanecéis fundados y firmes en la
fe", demostrando claramente que la fe y el libre albedrío no son, y nunca
serán, irrespetados en el corazón de los hombres, incluso aquellos que creyeron
en Dios y fueron salvos. Es necesario que los salvados perseveren fieles y se
mantengan firmes en la fe hasta el fin, hasta vencer y hasta que cada uno
complete su carrera en la Lucha de la Fe, confirmando la salvación,
glorificando el Nombre de Dios y obteniendo la victoria final en la tierra ante
sean elevados al centro del Reino Celestial y Gloria de la Eternidad de Dios,
donde esperarán el regreso de Cristo, la resurrección gloriosa y la venida
final del Reino de Dios en plenitud sobre el mundo.
Concluimos, por tanto, que desde la caída de
Adán, Dios ha luchado con el hombre para que se arrepienta y sea salvo, que hay
fe, que es lo principal, y que trae salvación, y que sólo bajo la fe puede existir
y ejercerse el libre albedrío, que Dios no viola ni quita. A pesar de todo,
primero viene la Fe, que es mayor y que es la esencia de todo, por la cual los
hombres, desde siempre, son justificados y salvos según el propósito eterno que
Dios tiene para el mundo, para todos los que lo reciben con un corazón
dispuesto y libre para servirlo y adorarlo, por medio de Jesús, en espíritu y
en verdad, obedeciendo su Palabra y andando en sus caminos, en amor, con
perseverancia y sumisión a sus mandamientos, que llevan a la vida, buscando su
voluntad, que desea que todos los hombres practiquen la justicia y se salven,
para la elevación y plena realización espiritual, en el Reino Interno de Dios,
que ya está en los corazones habitados por el Espíritu Santo, donde hay
justicia, paz y salvación eternas.
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