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lunes, 10 de octubre de 2022

La Inmutabilidad de Cristo

“Jesús el Cristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” (Hebreos 13:8)

Así como Dios Padre es inmutable, también lo es Jesús, el Hijo Unigénito de Dios. El es anterior a la eternidad y subsiste con Dios antes del comienzo de los mundos. Todavía no había dimensiones establecidas ni reinos celestiales de luz, y Él estaba en consejo con el Padre en el proyecto de la Creación de los reinos de la existencia y la vida. Como es el Padre, así es el Hijo, la expresión exacta del Todopoderoso Eterno, según su Sublime Persona, gloria y poder, aunque el Padre es Mayor, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo subsisten en perfecta unidad y acuerdo, de modo que son Uno, aunque en tres personas divinas. Los mismos atributos que pertenecen al Padre son también del Hijo. Uno de los atributos de Dios es que Él es Inmutable, como Él es Pleno y Perfecto. Así también Cristo el Señor, aun habiéndose revestido una vez de nuestra humanidad, en Su persona divina y en Su carácter, es Inmutable, Pleno y Perfecto. Él, el Dios Hijo, es el mismo eternamente, y en su persona siguió siendo el mismo mientras estuvo en la tierra, y nunca ha dejado ni dejará de ser quien es desde siempre.

"Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho.” (Juan 1:3)

La persona, la personalidad y el carácter del Hijo de Dios no cambian. Él, en su Persona divina, es siempre el mismo, santo, fiel, sabio, justo y verdadero, como también perfecto, amoroso, misericordioso, manso y humilde de corazón. Cristo, en su primera venida, fue enviado al mundo no para juzgar al mundo, sino para salvarlo, anunciando el Evangelio y restituyéndonos el Reino de Dios, por la manifestación de la justicia y por el testimonio de la verdad, entregando a Su propia vida perfecta para satisfacer la justicia de Dios, que fue contra nosotros, muriendo por nuestros pecados. Pero en su segunda venida ya no vendrá más para morir por los pecadores, sino para juzgar al mundo. Él vendrá a juzgar a todos los asesinos, los depravados y los incrédulos que permanecieron en las tinieblas, no se arrepintieron y amaron la injusticia hasta el final. La primera venida del Señor fue de paz y salvación para todos los que creen, por la misericordia y el amor de Dios, pero su segunda venida será de retribución y juicio. Como el Padre, el Señor es justo e imparcial para juzgar a los que practican malas obras, como también es fiel y misericordioso para perdonar a los que creen y se arrepienten.

"Porque el Padre a nadie juzga, mas todo el juicio dio al Hijo;" (Juan 5:22)

"Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos." (Mateo 25:32)


Es cierto que la condición y la autoridad de Cristo fue mutable, y pudo cambiar, cuando descendió del cielo y se hizo hombre para realizar la obra de nuestra salvación. Mientras estuvo en la Tierra, la condición y la autoridad del Señor estuvieron sujetas a Su humanidad, aunque permaneció Dios, en Su persona, en la condición del Nuevo Adán del género humano, en la condición de hombre, aunque incorruptible y venido del Cielo, el Nuevo Hombre Matrix de la humanidad, esta vez espiritual, en que el se convirtió, por amor a nosotros y para nuestra salvación. Fue probado y venció, perfecto, inocente y sin pecado. El Hijo de Dios, en Su persona, es el mismo eternamente. El Jesús que está en la Biblia, Escritura fiel y divinamente autorizada que da testimonio del Señor y de la obra de salvación, ese mismo Jesús es la persona inmutable de Dios Hijo, aunque encarnado, que existe desde siempre desde antes de los tiempos eternos y existirá siempre. Su persona, Su Ser eterno, Su personalidad y Su carácter no cambian ni pueden cambiar, porque como el Padre, Él es eternamente perfecto. Él, aunque se revistió de nuestra humanidad para salvarnos, es siempre la misma persona, el Hijo de Dios, el Primogénito y Verbo de la Creación, que existía con Dios en espíritu antes de que todas las cosas fueran creadas.

"Ahora pues, Padre, clarifícame tú cerca de ti mismo de aquella claridad que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese." (Juan 17:5)

El Testimonio de Cristo son las Sagradas Escrituras y la vida de todos los que creyeron en Él y fueron salvos por la Fe. Los discípulos de Cristo, que han sido transformados y renacidos en espíritu por la Fe, también son legítimos portadores de Su testimonio, pero el mayor, autorizado y certificado testimonio de la vida y obra de Jesús son las Escrituras Bíblicas. El mismo Jesús que está en las Escrituras es a quien debemos conocer, servir y predicar hoy, siempre y hasta el fin. Él, en Su persona, es el mismo eternamente. El mismo Jesús que dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar." (Mateo 11:28) y que también dijo: "Arrepentíos, que el Reino de los cielos se ha acercado." (Mateo 4:17), es el mismo Jesús que murió por nuestros pecados, venció la muerte, resucitó y ascendió a la diestra de Dios, habiendo recibido todo poder y autoridad en el Cielo y en la Tierra, hecho Príncipe de nuestra Salvación, el que desde el cielo intercede por nosotros, esperando que todos sus enemigos sean polvo bajo sus pies. Es el mismo Jesús que pronto regresará para establecer el Reino de Dios en plenitud en la tierra, donde todos los salvos que hayan creído resucitarán corporalmente en inmortalidad y gloria incorruptible para reinar por siempre en una existencia de gloria perpetua, justicia y paz entre todos aquellos que son llamados por el Nombre del Señor. El mismo Jesús de los Evangelios es y debe ser el mismo Jesús que creemos, vivimos y predicamos hoy, hasta el fin de los tiempos y para siempre. El mismo carácter del Hijo de Dios testificado en las Escrituras debe ser el carácter del Cristo que predicamos hoy, y debe ser para siempre, porque Él, en Su persona, es Inmutable. Él es el mismo y no cambia eternamente. Él es el Señor del Cielo, Soberano, Todopoderoso, Sabio, Omnisciente, Perfecto, Invencible, Infalible, Manso, Humilde, Amoroso, Justo, Fiel, Justo y Verdadero, que trata el pecado con dureza pero también es misericordioso y grande en el perdonar aquellos que miran a Su Cruz, se arrepienten y creen.

“También muchas otras señales, a la verdad, hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Estas empero son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre." (Juan 20:30-31)

No podemos creer en un Cristo testificado de una manera en las Escrituras, pero predicado de una manera completamente diferente en nuestros días. El mismo Jesús que exigió la conversión y el arrepentimiento, mediante una fe legítima, mientras estuvo en la tierra en su primera venida, es el mismo que debemos predicar hoy, en nuestros días, independientemente de la multiplicación de las ciencias y de la evolución de los tiempos. El Señor tiene poder para restaurar la vida de las personas, y siempre lo hace, pero el primer mensaje que nos dio fue este: "Y diciendo: El tiempo es cumplido; y el Reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al Evangelio." (Marcos 1:15). Lo primero que debe saber un ser humano no es la transformación de su vida terrenal de pobre a rico, ni siquiera los beneficios milagrosos de las curaciones divinas, que, si existen, sólo ven después de que surge la fe para la salvación. Lo primero tampoco es el premio de la amistad social o la simple aceptación y agregación en una institución social. Lo primero que deben saber los seres humanos es que hay un Dios en el Cielo por encima de nosotros, Amoroso, Perdonador pero también Justo y Santo, que este mundo es un mundo caído, que el primer hombre pecó y pasó la corrupción y la muerte a todas las personas, y por lo tanto, todos están bajo el pecado, condenados a la condenación eterna y que necesitan urgentemente renunciar al Reino del Diablo, abandonando el mundo y el pecado, que nadie puede ser justo por sus propios méritos y eso solo a través de Jesucristo, el Hijo de Dios, hay posibilidad de salvación para las personas, si tienen fe en el Evangelio de la Palabra de Dios. Así como el Señor es Inmutable, también lo es el Evangelio. El mismo mensaje que predicaron el Señor y los apóstoles debe ser el mensaje que prediquemos hoy, aunque sean tiempos diferentes y extremadamente avanzados. El mismo Cristo que está en las Escrituras debe ser el mismo Cristo que predicamos hoy, mismo con los hombres intentando traspasar los límites de la tierra y el cielo, de la vida y la muerte, en un vano intento de igualar el poder eterno del Creador. Aun ahora el Señor estando en los cielos, habiendo vencido todas las cosas, exaltado a la diestra de Dios, Él, en Su persona, es el mismo que se hizo carne, nació como hombre, habitó entre nosotros tocándonos nuestras manos y dejándose ver cómo Emanuel, Dios entre nosotros, predicó la verdad, nos restauró el Reino de Dios, murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, si tan solo abriéramos nuestros oídos y ojos internos y dejemos la gracia y el amor de la verdad de Dios brille con su luz en nuestros corazones.

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