"Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó." (Génesis 1:27)
"Porque no envió Dios a su Hijo al mundo, para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él." (Juan 3:17)
Dios es bueno, fiel y justo. Él no creó al hombre para que pecara y cayera, sino para que el hombre venciera y viviera para siempre. Este era Su plan y el deseo de Su corazón para el nuevo ser y proyecto que Él creó a Su imagen y semejanza. Pero era necesario que el amor y la justicia de Dios existieran en este mundo, por eso creó al hombre con libre albedrío y poder de elección, para que, como un ser que tuviera vida, razón y conciencia propias, tenía el poder de juzgar, creer, contemplar, elegir y amar al Padre Todopoderoso, de libre y espontáneo entendimiento, reconociendo de todo corazón Su Fidelidad, Su Justicia y Su Sempiterna Omnipotencia.
Porque Dios es justo, le dio al hombre todo lo que necesitaba y más aún, una Tierra y un universo de luz infinito para que viviera y se expandiera sublime y para siempre, aunque tuviera que empezar a ser probado primero en la Tierra, en una dimensión existencial que podría desarrollarse y ascender progresivamente y sin límites hacia el infinito, donde, por los caminos de la fe, la justicia y la luz, tendría aún la posibilidad de ascender a las maravillosas entradas interuniversales e interexistenciales que lo vincularían con todos los pueblos y familias celestiales ascendidos de universos existenciales superiores y, por ser la Tierra del Reino de Dios, de alguna manera tendría conexión posible incluso con los portales de las dimensiones de la eternidad, donde moran Dios e innumerables seres superiores de luz.
Al comienzo de esta creación, Dios mismo vino a visitar y hablar con Adán todos los días, a tener comunión con él, a enseñarle e iluminarle, para que el hombre creciera y se desarrollara, llenándolo de amor y alegría en su lugar de perfecta paz y felicidad. Y habiéndole entregado todo esto al hombre, Dios, precisamente por ser justo, le dio el derecho de libre elección y libre juicio, para que el hombre ejerciera la fe en la integridad y fidelidad de Dios para con él, porque el Creador, en definitiva, le concedió un todo y una vida completa para él, y no le negó, absolutamente, absolutamente nada de lo que quería o necesitaba, excepto si intentaba el designio innecesario e inalcanzable de querer ser más grande y más justo que el bendito y todopoderoso Padre Eterno, quien le dio toda su gracia y el don de la vida. No fue por crueldad, ni por desprecio, que Dios aplicó a Adán la prueba de fe necesaria para que fuera aprobado en la luz y, después de vencer, de hecho, viviera y evolucionara para siempre. Fue por justicia que Dios permitió que el antiguo querubín, transfigurado en serpiente, probara y pusiera a prueba la fe de Adán, nuestro primer y amadísimo padre natural, porque Dios realmente le había dado la vida perfecta y todo lo que deseaba y necesitaba, dándole sólo un comando muy simple y justo a cambio de un todo y un más allá de lo que podía pensar.
Pero como sabemos, desafortunadamente, nuestro primero matriz , que engendraría después de él a todos los hombres, dudó de la fidelidad y de las grandiosas promesas que el Santísimo y Generoso Padre le había hecho, y dejándose vencer por la sospecha y la incredulidad, pecó, optando por aceptar la calumnia que lo desposeído y astuto querubín caído hizo frente a él, después de seducir a Eva, contra la integridad de Dios, sugiriendo el absurdo de que el Eterno Todopoderoso era desleal y traidor, y que le había negado lo mejor de todo. A Adán no le faltaba entendimiento, ni sabiduría, ni mente, solo era inocente, pero el conocimiento del bien y del mal es algo exclusivo para ser dado a los seres que son probados en la fe y vencen. El conocimiento del bien y del mal le sería dado al hombre en algún momento, después de haber superado, paso a paso, las pruebas de obediencia a la Palabra de Dios, porque este conocimiento era algo que adquiriría paso a paso y progresivamente, a medida que siguió creyendo en la fidelidad de Dios, obedeciendo y siendo aprobado en la fe. Así, mis amados hermanos, la prueba de Adán era justa, y fue justa, pues sólo venciendo podría dar prueba de su fe y obediencia y glorificar a Dios para que, creciendo de fe en fe, desarrollara en sabiduría, en justicia, en integridad y en poder y gloria para siempre.
Así, después de la caída de Adán, que ejerció una libre y deliberada elección, y por su despreciable desobediencia, ejerció el libre albedrío, habiendo ultrajado irreversiblemente la dignidad y bendita justicia de Dios, que, lleno de amor, había dado él todo. Como puedes ver, Dios nunca proyecto la caída, la desgracia o la destrucción del hombre, porque todo sucedió solo por su propia elección, y porque Dios es bueno, generoso, fiel, justo y santo. El hombre hizo su triste elección sólo por la justicia de Dios, que es Fiel, y nunca violará el derecho de elección de absolutamente nadie, ni en los cielos ni debajo de todos los cielos, porque Él es el Único y Verdadero Dios, el Todopoderoso, el Único Salvador, el Padre Supremo y Dador de la Vida.
Pero Dios, que es omnisciente, ya había previsto la caída del hombre, aun sin haberla querido ni forzado nunca, porque su visión y sabiduría son desde la eternidad, y contemplan todo con la más absoluta ciencia y comprensión, hasta el interior de todos los corazones en todos los universos, porque sólo Él es Dios, y no hay otro. Por su gran amor por todos nosotros, antes de la fundación del mundo, había proyectado también un plan de salvación para la humanidad, entregando y enviando a su Hijo, Jesús, para que naciera como hombre, como el Nuevo Adán del raza humana, aunque esta vez incorruptible y sin pecado, vivir la vida perfecta, dar testimonio de la verdad, traer el Reino de Dios de nuevo al mundo, manifestar la justicia de Dios y morir por nuestros pecados, que son la deuda terrible e injustificable del hombre y de toda la humanidad pecadora que, estando toda en Adán, ya había despreciado el don de la vida, ejercido su fe y hecho su elección, por incredulidad, definitivamente, contra la Verdad y la Justicia del Eterno Padre Omnipotente.
Dios, que creó los cielos y la tierra, es Maravilloso, y algo grande ha hecho por todos nosotros, por todos aquellos que estamos dispuestos a creer el testimonio de Su Palabra a través de la Fe. Jesús, el Hijo de Dios, llamado el Verbo de Dios, el Fiel y Verdadero Príncipe de la Vida, que se hizo hombre, que se hizo carne por nosotros, aunque sin pecado, fue enviado por el Padre al mundo para dar testimonio de la justicia y el Reino de Dios, para que por su vida perfecta de justicia y obediencia se pagara la eterna deuda de los oscuros pecados que condenaban la humanidad a Dios. Dios ha intervenido en el mundo a través de los siglos, manifestando poderosos actos de salvación y liberación entre Su pueblo, y nos ha enviado a Su Hijo, Jesús, en la plenitud de los tiempos, para que por Él sean vencidas las tinieblas de la humanidad, y a eso nos traería de nuevo para que esté sobre nosotros el Cetro de Su Reino de Luz, que está en la eternidad, y tuviéramos una nueva oportunidad de fe y arrepentimiento, para nuestra redención y salvación por medio de Él. El testimonio y sacrificio de la vida perfecta de Jesús, derramando Su sangre inocente y sin mancha en una Cruz indigna, anuló el pecado del primer hombre y del mundo entero, para salvación de todos los que se arrepienten y creen en Su Nombre, y para la condenación de aquellos que ahora permanecen incrédulos ante tan gran acto salvador de la misericordia y el amor de Dios.
"Porque no envió Dios a su Hijo al mundo, para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él." (Juan 3:17)
Dios es bueno, fiel y justo. Él no creó al hombre para que pecara y cayera, sino para que el hombre venciera y viviera para siempre. Este era Su plan y el deseo de Su corazón para el nuevo ser y proyecto que Él creó a Su imagen y semejanza. Pero era necesario que el amor y la justicia de Dios existieran en este mundo, por eso creó al hombre con libre albedrío y poder de elección, para que, como un ser que tuviera vida, razón y conciencia propias, tenía el poder de juzgar, creer, contemplar, elegir y amar al Padre Todopoderoso, de libre y espontáneo entendimiento, reconociendo de todo corazón Su Fidelidad, Su Justicia y Su Sempiterna Omnipotencia.
Porque Dios es justo, le dio al hombre todo lo que necesitaba y más aún, una Tierra y un universo de luz infinito para que viviera y se expandiera sublime y para siempre, aunque tuviera que empezar a ser probado primero en la Tierra, en una dimensión existencial que podría desarrollarse y ascender progresivamente y sin límites hacia el infinito, donde, por los caminos de la fe, la justicia y la luz, tendría aún la posibilidad de ascender a las maravillosas entradas interuniversales e interexistenciales que lo vincularían con todos los pueblos y familias celestiales ascendidos de universos existenciales superiores y, por ser la Tierra del Reino de Dios, de alguna manera tendría conexión posible incluso con los portales de las dimensiones de la eternidad, donde moran Dios e innumerables seres superiores de luz.
Al comienzo de esta creación, Dios mismo vino a visitar y hablar con Adán todos los días, a tener comunión con él, a enseñarle e iluminarle, para que el hombre creciera y se desarrollara, llenándolo de amor y alegría en su lugar de perfecta paz y felicidad. Y habiéndole entregado todo esto al hombre, Dios, precisamente por ser justo, le dio el derecho de libre elección y libre juicio, para que el hombre ejerciera la fe en la integridad y fidelidad de Dios para con él, porque el Creador, en definitiva, le concedió un todo y una vida completa para él, y no le negó, absolutamente, absolutamente nada de lo que quería o necesitaba, excepto si intentaba el designio innecesario e inalcanzable de querer ser más grande y más justo que el bendito y todopoderoso Padre Eterno, quien le dio toda su gracia y el don de la vida. No fue por crueldad, ni por desprecio, que Dios aplicó a Adán la prueba de fe necesaria para que fuera aprobado en la luz y, después de vencer, de hecho, viviera y evolucionara para siempre. Fue por justicia que Dios permitió que el antiguo querubín, transfigurado en serpiente, probara y pusiera a prueba la fe de Adán, nuestro primer y amadísimo padre natural, porque Dios realmente le había dado la vida perfecta y todo lo que deseaba y necesitaba, dándole sólo un comando muy simple y justo a cambio de un todo y un más allá de lo que podía pensar.
Pero como sabemos, desafortunadamente, nuestro primero matriz , que engendraría después de él a todos los hombres, dudó de la fidelidad y de las grandiosas promesas que el Santísimo y Generoso Padre le había hecho, y dejándose vencer por la sospecha y la incredulidad, pecó, optando por aceptar la calumnia que lo desposeído y astuto querubín caído hizo frente a él, después de seducir a Eva, contra la integridad de Dios, sugiriendo el absurdo de que el Eterno Todopoderoso era desleal y traidor, y que le había negado lo mejor de todo. A Adán no le faltaba entendimiento, ni sabiduría, ni mente, solo era inocente, pero el conocimiento del bien y del mal es algo exclusivo para ser dado a los seres que son probados en la fe y vencen. El conocimiento del bien y del mal le sería dado al hombre en algún momento, después de haber superado, paso a paso, las pruebas de obediencia a la Palabra de Dios, porque este conocimiento era algo que adquiriría paso a paso y progresivamente, a medida que siguió creyendo en la fidelidad de Dios, obedeciendo y siendo aprobado en la fe. Así, mis amados hermanos, la prueba de Adán era justa, y fue justa, pues sólo venciendo podría dar prueba de su fe y obediencia y glorificar a Dios para que, creciendo de fe en fe, desarrollara en sabiduría, en justicia, en integridad y en poder y gloria para siempre.
Así, después de la caída de Adán, que ejerció una libre y deliberada elección, y por su despreciable desobediencia, ejerció el libre albedrío, habiendo ultrajado irreversiblemente la dignidad y bendita justicia de Dios, que, lleno de amor, había dado él todo. Como puedes ver, Dios nunca proyecto la caída, la desgracia o la destrucción del hombre, porque todo sucedió solo por su propia elección, y porque Dios es bueno, generoso, fiel, justo y santo. El hombre hizo su triste elección sólo por la justicia de Dios, que es Fiel, y nunca violará el derecho de elección de absolutamente nadie, ni en los cielos ni debajo de todos los cielos, porque Él es el Único y Verdadero Dios, el Todopoderoso, el Único Salvador, el Padre Supremo y Dador de la Vida.
Pero Dios, que es omnisciente, ya había previsto la caída del hombre, aun sin haberla querido ni forzado nunca, porque su visión y sabiduría son desde la eternidad, y contemplan todo con la más absoluta ciencia y comprensión, hasta el interior de todos los corazones en todos los universos, porque sólo Él es Dios, y no hay otro. Por su gran amor por todos nosotros, antes de la fundación del mundo, había proyectado también un plan de salvación para la humanidad, entregando y enviando a su Hijo, Jesús, para que naciera como hombre, como el Nuevo Adán del raza humana, aunque esta vez incorruptible y sin pecado, vivir la vida perfecta, dar testimonio de la verdad, traer el Reino de Dios de nuevo al mundo, manifestar la justicia de Dios y morir por nuestros pecados, que son la deuda terrible e injustificable del hombre y de toda la humanidad pecadora que, estando toda en Adán, ya había despreciado el don de la vida, ejercido su fe y hecho su elección, por incredulidad, definitivamente, contra la Verdad y la Justicia del Eterno Padre Omnipotente.
Dios, que creó los cielos y la tierra, es Maravilloso, y algo grande ha hecho por todos nosotros, por todos aquellos que estamos dispuestos a creer el testimonio de Su Palabra a través de la Fe. Jesús, el Hijo de Dios, llamado el Verbo de Dios, el Fiel y Verdadero Príncipe de la Vida, que se hizo hombre, que se hizo carne por nosotros, aunque sin pecado, fue enviado por el Padre al mundo para dar testimonio de la justicia y el Reino de Dios, para que por su vida perfecta de justicia y obediencia se pagara la eterna deuda de los oscuros pecados que condenaban la humanidad a Dios. Dios ha intervenido en el mundo a través de los siglos, manifestando poderosos actos de salvación y liberación entre Su pueblo, y nos ha enviado a Su Hijo, Jesús, en la plenitud de los tiempos, para que por Él sean vencidas las tinieblas de la humanidad, y a eso nos traería de nuevo para que esté sobre nosotros el Cetro de Su Reino de Luz, que está en la eternidad, y tuviéramos una nueva oportunidad de fe y arrepentimiento, para nuestra redención y salvación por medio de Él. El testimonio y sacrificio de la vida perfecta de Jesús, derramando Su sangre inocente y sin mancha en una Cruz indigna, anuló el pecado del primer hombre y del mundo entero, para salvación de todos los que se arrepienten y creen en Su Nombre, y para la condenación de aquellos que ahora permanecen incrédulos ante tan gran acto salvador de la misericordia y el amor de Dios.
Jesucristo el Hijo sufrió el juicio de nuestra condenación en Su cuerpo para traernos el perdón, la regeneración espiritual, la resurrección y la vida eterna, a través de Su vida de obediencia, santidad y justicia perfecta, que fue aceptable a Dios en nuestro nombre, y en Su muerte y resurrección incorruptible para todos, venció el pecado, la muerte y el Imperio de las Tinieblas, que gobierna a través de la incredulidad. Jesús, el Dios Hijo, que se hizo Hombre del Cielo por nosotros, es el Mesías y sustituto del primer hombre en el proyecto de la creación de la humanidad, como el Nuevo Adán del género humano, por quien todo aquel que cree en el Evangelio será engendrado de nuevo, no de nacimiento natural, sino primero de un nuevo nacimiento en un espíritu incorruptible, engendrado en Cristo para vida eterna, por la fe en el testimonio de la Palabra de Dios, que ha sido y está siendo proclamada a todos pueblos, tribus, lenguas y naciones hasta el fin de este siglo, que es el tiempo de la prueba del mundo, comenzado en el Edén, para salvación de todos los que ponen su corazón en el Reino de Dios, creyendo en el Hijo de Dios, que descendió al mundo, se hizo hombre, venció nuestros pecados y nuestra muerte, y resucitó para justificación y salvación de todos los que se arrepienten de sus pecados, lo confiesan y lo aceptan, por la Fe en el testimonio del Evangelio de Su eterna victoria en nuestro favor confesando la Justicia de Dios, que fue plenamente manifestada y demostrada a todos a través de Su vida verdadera, justa y fiel de entrega incondicional y obediencia a Dios que fue aceptada para siempre a favor de todos los que creen en la Verdad.
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